Educación para la belleza

@AntonioBlancoTW

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Obra de Jesús Herrera («Copia de postal. Mar de Nubes»,  2014, óleo sobre lienzo, 38 x 38 cm.)

I

Nos sentimos motivados por la belleza al igual que buscamos la verdad en nuestras vidas, decía Hegel, aunque en ocasiones esta búsqueda pueda alterar los sentidos. En el libro Rome, Naples et Florence, publicado por Stendhal en 1817, el poeta describe la crisis sufrida durante su visita a la basílica florentina de Santa Croce. La visión y contemplación del interior del templo alteró su estado emocional y hubo de salir a la plaza exterior para recuperarse. Le faltaba el aire y sentía vértigo ante la atracción de la historia del arte y la estética derramada por el interior de la basílica. Acababa de manifestarse el Síndrome de Stendhal.

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La psicoanalista Graziella Magherini ha analizado los cuadros clínicos característicos del Síndrome de Stendhal que ella misma trató durante años en el servicio de psiquiatría del Hospital de Santa María Nuova de Florencia, un hospital del centro histórico de la ciudad que representa un observatorio privilegiado por ser “él mismo un monumento de la ciudad antigua y del dolor de sus habitantes”. La doctora Magherini reconoce que durante mucho tiempo les ha sorprendido el ingreso en urgencias de turistas con malestar psíquico. En todos los casos se trataba de personas que disfrutaban en su país de origen de bienestar emocional pero que, durante su contacto con la ciudad del Arte, sufrieron el desencadenamiento de crisis personales con manifestaciones psicosomáticas. Como expresó una de estas enfermas, Florencia se le impuso sin que nadie le hubiese advertido de su belleza: “Muy grande en las proporciones de sus iglesias y de sus palacios, en los colores y en sus mármoles coloridos (…). Era más fuerte que mis posibilidades de recepción, era como para sentirse mal, como para trastornarse”.

II

“Según el sentido común, juzgamos bella una cosa bien proporcionada”, recordaba Humberto Eco en su Historia de la Belleza Entre el siglo IV a.C. y el siglo I, los artistas griegos tenían conciencia de la importancia del conocimiento y la maestría para representar la belleza. Tal como expone Ernst H. Gombrich, para crear un cuerpo humano hermoso era necesario, en primer lugar, conocer y aprender diferentes modelos antes de comenzar a diseñar un modelo ideal, mezcla de muchos tipos pero igual a ninguno. Tras observar muchos cuerpos, escultores como Praxíteles lograban reproducir un hombre o una mujer eliminando de la realidad los aspectos no deseables hasta obtener una imagen carente de imperfecciones e irregularidades. Como ha indicado el historiador del arte, “hay quien dice que los artistas griegos idealizaban la naturaleza a la manera con que un fotógrafo retoca un retrato eliminando de él los pequeños defectos”. Pero, a diferencia de los trabajos actuales con bisturí -digital o de cirujano-, en el reino de la belleza de la Grecia clásica, los cuerpos o la naturaleza representada a través del arte poseían vigor y carácter.

La proporción, el orden bajo su concepción matemática, está presente en muchas obras de arte grecolatino que consideramos bellas. Pero la proporción entre las partes respetando el canon de la simetría será cuestionada en los últimos momentos de Renacimiento, abriéndose camino desde entonces la tendencia a incluir tensión en las artes. Tal como criticó Edmund R. Burke en su Investigación filosófica sobre el origen de las ideas de los sublime y de lo bello, de 1756, las proporciones se encuentran en los cuerpos hermosos pero también en los feos. Por ello reta Burke a los pintores a aplicar las proporciones clásicas en cualquier representación del cuerpo humano y, así, comprobar cómo un pintor que conserve escrupulosamente todas las proporciones puede hacer una figura horrenda, mientras que el mismo pintor, sin respetar estas proporciones, podría crear una imagen hermosa.

 ¿Qué configura entonces la belleza? La respuesta podría encontrarse en aspectos como la luz, el color, los símbolos o la representación de los sentimientos. Y lo mismo podría decirse con respecto a la escritura, la arquitectura o las personas. Es necesario proyectar vida, lograr transmitir belleza más que representar belleza. Esto es lo ocurre con obras como El éxtasis de Santa Teresa de Bernini.

Si partimos en Roma de la Villa Borghese y atravesamos la Via Veneto hasta alcanzar el cruce con la Via XX Settembre, serán muchos los estímulos que traten de alcanzar nuestros sentidos, pero ninguno tendrá el efecto de la imagen del éxtasis de Santa Teresa. Tras atravesar la Via Vittorio Veneto y dejar a los lados locales como el Harry´s Bar o el Marriott, uno acaba encontrándose con la Iglesia de Santa María della Vittoria.

En una capilla de la basílica la escultura nos sacude y conmueve por su tensión incontenida. La mirada suave y equilibrada del ángel se encuentra con una representación de la Santa agotada, con los labios y los ojos entreabiertos tras un estado de disociación de la conciencia. Y entonces, ante este bloque de mármol comprendemos el valor de la belleza suprasensible, una belleza capaz de generar tensión, de comunicarse con nosotros y dirigirse a nuestros sentidos.

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Detalle de la escultura El éxtasis de Santa Teresa, de G. Lorenzo Bernini. Fuente: Blog Taller de ética UAA

III

Las imágenes bellas quedan grabadas en nuestra memoria y, al recordarlas, podemos traer al presente una vivencia placentera. Cuando recordamos momentos o lugares bellos, o miramos fotografías de personas hermosas que pasaron por nuestra vida, estamos recuperando estados emocionales propios del momento recordado. La belleza nos permite comprender que, aunque el tiempo pueda destruirla, su recuerdo siempre estará presente y podrá servirnos como motivador para la vida. En uno de los artículos semanales más conmovedores escrito por Rosa Montero, titulado “Método para conseguir la eternidad”, la escritora describió su visita a la exposición celebrada en el Museo del Prado en 2008 sobre el retrato del Renacimiento.

Rememora la escritora que, durante el recorrido por las salas, observó a un treintañero que observaba los cuadros con una sonriente mujer y dos hijas, la mayor de unos doce años y la pequeña de ocho o nueve. Él iba en silla de ruedas y sobre sus rodillas reposaba la benjamina de la familia, abrazada a su cuello con gesto conmovedor. Paseaban tranquilos entre los cuadros disfrutando de una tarde en El Prado. En este momento, Rosa Montero dice haber comprendido que los personajes retratados en lienzos renacentistas eran como aquel padre. Sus miradas desde el pasado permitían comprender que “la única inmortalidad que nos es posible rozar a los humanos es dejarse mecer por la belleza (la pintura, las palabras, la música, un paisaje hermoso) con la familia al lado y una niña abrazándose a tu cuello. Justo en ese instante eres eterno”.

Si la belleza es tanto emoción como motivo en la vida, habría de estar presente en lo cotidiano. A nivel exterior, rodeando los edificios, los parques, las escuelas, las empresas o los hospitales de elementos objetivamente hermosos. Desde el punto de vista interior, educando a las personas para que sepan descubrir la belleza que les rodea pues, tal como apuntó Sigmund Freud, la capacidad de apreciar la belleza, por efímera y frágil que pueda resultar, es un signo de salud mental. La clave parece centrarse entonces en la educación para la belleza como verdadero ejercicio de ciudadanía lo que, en opinión de David Hume, exige aprender a liberarnos de la urgencia del pensamiento. Para evitar el impacto de las primeras impresiones, el filósofo inglés en su análisis sobre el gusto considera necesario dedicarse con frecuencia a contemplar algún tipo de belleza y comparar sus diferencias. Una persona que no pueda comparar distintas clases y grados de excelencia no estará cualificada para juzgar un objeto. Por ello Hume defiende que la belleza no es una cualidad objetiva de las cosas o las personas, sino una representación en la mente del que la contempla. “Cada mente percibe una belleza distinta”, pero para aprender a percibirla deberá antes haber descubierto la belleza que le rodea.

 

Nota: Extracto del libro “Las claves de la motivación” (Blanco, 2014); capítulo donde se reflexiona sobre la Belleza como elemento motivador en la vida cotidiana (pp 217-227).

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