Los coleccionistas: esos seres tan diversos

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En los últimos años se están multiplicando los foros sobre coleccionismo. Se trata de iniciativas interesantes, aunque tienden a etiquetar al “coleccionista” como una figura estándar; una imagen de seres que parecen compartir estilos de vida y criterios estéticos. Pero una mirada atenta a esta realidad nos permite comprender que, bajo la etiqueta de “coleccionista” (o collector, ¡que me perdonen los seguidores de tendencias arty!), existe un colectivo tan plural como la propia vida en sociedad.

Si nos adentramos en diferentes foros pronto comprenderemos que este sofisticado club de iguales no es homogéneo. En una primera visita a Mr. Google salta a nuestro encuentro un artículo de Cósimo de Monroy cuyo título, “El coleccionista, criatura voraz”, ya nos dice mucho sobre unas personas que “viven en mundo ajeno, saltando de feria en feria en sus jets privados, creando fundaciones y gastando cantidades ingentes en artistas cuyos nombres la mayor parte del público no ha oído mencionar jamás.

En su blog Los placeres y los días, Cósimo también cita la definición del asesor artístico Philippe Segalot, que recuerda que al coleccionar arte contemporáneo “no sólo se compran obras, sino una manera de vivir y el acceso a los eventos clave. Se pasa a pertenecer a una elite, ser miembro de un club. Es un estilo de vida”.

Estos planteamientos sobre unos seres que “poseen el glamour que siempre ha proporcionado la combinación de dinero y cultura”, me recuerdan las anécdotas contadas por el Simon de Pury en su libro autobiográfico El subastador. De Pury trabajó como conservador de la colección del barón Thyssen, residiendo en Villa Favorita, y recuerda un ritmo de vida sobresaliente alrededor del arte y los negocios; “el barón vivía así: desayuno en Londres, almuerzo en Ámsterdam, exposición en un museo de París, cena en Roma”. El que también fuera presidente de Sotheby’s Europa reconoce que, aunque en la década de los años 70 y 80 del siglo XX, esto no era habitual, “un montón de financieros y oligarcas y grandes coleccionistas de arte viven así hoy” (1).

Alfonso Fernández
Alfonso Fernández. 2014. Óleo sobre lienzo. Galería ATM

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No cabe la menor duda del atractivo artístico y mediático de los grandes coleccionistas. La lectura del libro “Buscadores de belleza”, de María Dolores Jiménez-Blanco y Cindy Mack, es un estupendo viaje por la historia de estas personas, adictas a la belleza y con habilidad para reunir un conjunto de obras de arte capaz de representarles ante el mundo (2). Sin embargo, el brillo de estas historias de vida no debe ocultar otras realidades como las reflejadas también en este blog de BCollector, como la de Barry Hoggard and James Wagner, que se autodenominan mecenas a pequeña escala e incluso buscan talento en pequeñas ferias de arte con fines solidarios. ¿Alguien se está acordando de Herbert y Dorothy Vogel, los impulsores de la categoría de proletarian art collectors?

Desde el coleccionista Anibal Josami, que defiende que no hace falta ser rico para poseer arte, hasta Jaime Sordo, presidente de la Asociación 9915– que opta por abanderar la visibilidad y el corporativismo en el coleccionismo- pasando por la sutileza de Alicia Aza, el impulso mediático de Antonio Lobo o la discreción de Plácido Arango, comprendo que es verdaderamente difícil presentar un hilo común más allá del hecho objetivo de que se trata de personas que compran arte –con independencia del valor de sus obras en el mercado y en la Historia del Arte-. Sin embargo, para poder hacer un breve ensayo sobre la sociología del coleccionista, necesitamos establecer un “tipo ideal”.

Arco Madrid 2017. Fuente- Banco de imágenes Arco
Arco Madrid, 2017. Fuente: Banco de imágenes en http://www.ifema.es/arcomadrid_06/

No es posible encontrar modelos puros de personas o de colectivos, pero sí podemos diseñar tipos ideales que nos permitan abordar la realidad al igual que haría un arquitecto con sus maquetas. ¿Qué tal si iniciamos este sencillo análisis recordando una visita a una feria –pongamos que hablamos de ARCO-, y estimulamos el recuerdo con algunas fotografías de sus pasillos?

Arco Madrid 2017.
Arco Madrid, 2017. Fuente: http://www.ifema.es/arcomadrid_06/

Esta imagen es cotidiana para cualquier persona que visita ferias. Absolutamente cotidiana. Solo con mirar este pasillo podemos comenzar a imaginar: este señor que avanza solitario con paso firme a la derecha, ¿será el adinerado que desea constituir una fundación para legar su patrimonio y destinar sus rendimientos al coleccionismo? ¿Es esa persona del fondo del pasillo el excéntrico pasto de psiquiatras? Hemos de reconocerlo, no es serio etiquetar a las personas solo por sus apariencias en estos pabellones, aunque si nos dirigimos hacia las salas reservadas, en especial hacia los espacios de descanso en los que la gente no está difuminada entre obras, galeristas y visitantes de muy diverso plumaje, sí existe una ligera posibilidad de establecer –al menos- cuatro tipos de coleccionista.

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Aunque en la vida real es posible que haya tantos tipos de coleccionistas como de personas, si nos ceñimos a tipos ideales para reflexionar, podemos describir las características humanas y sociales de cuatro modelos. El primer tipo, sin duda, sería el que describe Cósimo de Monroy, un coleccionista para el que aproximarse al mundo del arte forma parte de una vida mundana: conlleva exclusivas fiestas, viajes, un sistema reservado de relaciones sociales y una actitud pecuniaria ante el mundo. Llamaré a este tipo el coleccionista mundano, cuyo lugar en el mundo –en el sentido de Veblen y su teoría de la clase ociosa (3)- está definido por la posesión de una serie de bienes que tienen un valor económico determinado –en este caso obras de arte-, y gracias a que la sociedad sabe el valor económico de esos bienes, se sitúan en un lugar determinado dentro de la estratificación social. Además, pueden crear sofisticadas barreras; si poseen un bien determinado, por ejemplo de los premiados Turner, crean una barrera de entrada para otros grupos sociales que no logran llegar ahí.

El coleccionista mundano puede utilizar las obras de arte como valor pecuniario y también desde una perspectiva mundana. Y aquí sí se relaciona la imagen del coleccionista con la imagen que determinados medios transmiten, porque no podemos negarlo, es una imagen atractiva, muy atractiva. Y condimentados con grandes nombres que resultan golosamente mediáticos.

Juan Fernández
Juan Fernández. Actriz, 2010. Fuente: http://www.juanfernandezalava.com

 

En segundo lugar hay un coleccionista esteta, esteta en el sentido de considerar el arte como un valor esencial, con sólida inquietud por la historia del Arte y sus diferentes manifestaciones. Personajes discretos, de vasta cultura y sólida trayectoria profesional –por lo general, ajena al mundo del arte-, atesoran piezas con el disfrute de un antiguo ilustrado en su gabinete de curiosidades. Más que un potpurrí de grandes estrellas del arte, buscan obras y creadores más acordes con sus inquietudes intelectuales que con los criterios del mercado. Sus colecciones parecen asunto de familia, de elevado valor emocional pero cerradas al escenario social. Una buena combinación de poder económico, cultural y discreción social, parece caracterizar a estos coleccionistas. Al fin y al cabo, Noblesse oblige.

No resulta difícil describir, en tercer lugar, un coleccionista filántropo, más vinculado al mundo del mecenazgo y la filantropía por su sensibilidad social. Un coleccionista que actualmente se deja ver, vamos descubriendo quien es, aunque con cierto áurea de discreción, y que desde el primer momento intuye que su colección ha de tener una relación con la sociedad de la que forma parte. Que tiene que ser compartida, entregada a la sociedad, a favor de un bien de interés general, como es el conocido caso del arte como reforma social impulsado por el industrial farmacéutico Albert Barnes o, en nuestros días, los proyectos filantrópicos de Patricia Phelps de Cisneros o Delfina Entrecanales, entre otros.

Pero volvamos al pasillo de la Feria. Un mirada tranquila nos permite intuir que muchas de estas personas, quizás la gran mayoría, no se corresponden con ninguno de los tres tipos de coleccionismo perfilados. Algunas de estas personas caminan por allí, sencillamente, porque ese fin de semana tocaba ARCO como el siguiente tocaría un cumpleaños o las fiestas de Chinchón. Pero entre ellos discurre un cuarto perfil que podríamos llamar amigos del Arte, que avanzan por la Feria con la seguridad y dignidad que ofrece la vida como cabeza de ratón.

Este puñado de inquietos culturales, que observan desde la distancia la forma de estar en el mundo de Carlos Urroz y sus acompañantes, y de los galeristas más populares, buscan en el plano la situación de las galerías “amigas”, las de confianza, aquellas donde son clientes y conocen sus límites. Y se sienten especialmente reforzados cuando reconocen sobre las paredes el nuevo trabajo de aquellos artistas a quienes han comprado obra en sus inicios.

Al intuir la comodidad sentida por estas personas en sus galerías de confianza –habitualmente galerías discretas-, uno puede comprender su papel en este circo: son personas que necesitan vivir con arte, pero no poseer una magna colección –por imposibilidad económica o por estilo de vida y personalidad-. Algo así como sentirse amigo del Arte, discreto comprador de obras o, si se prefiere, sentirse un pequeño coleccionista. Un ser prescindible en los grandes eventos del Arte, pero verdaderamente imprescindible para asegurar la capilaridad del mercado del Arte y su presencia en diferentes estratos y espacios de la sociedad.

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Jesús Herrera. «Copia de una postal. Mar de nubes». 2013. Óleo sobre lienzo. 38×38

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Este breve ensayo o juego acrobático del pensamiento, solo pretende plantear que existen diferentes tipos de coleccionistas. Aunque solo unos pocos proyectan su imagen sobre el imaginario, todos son fundamentales para la conservación de la estética como valor. Un primer paso para reconocer el valor de los diferentes tipos de coleccionistas y amigos del Arte, será evitar todo prejuicio basado en la relación directa entre el buen arte y los altos récords en subastas y visitas de exposiciones, así como un vínculo entre buenos coleccionistas y excéntricos acaudalados.

Si entendemos el coleccionismo –o la simple adquisición de arte- como un síntoma visible del mal de la belleza, ¿es que solo existe lo bello a partir de un umbral económico determinado?, ¿cuál sería este nivel?, ¿10.000, 100.000 o un millón de euros?…¿Y de que número de piezas hablaríamos para considerar que existe una colección?, ¿de 200 o de 2.000 obras? ¿Por qué si descubrimos el legado de María Josefa Huarte al mundo universitario aplaudimos la iniciativa pero al saber que la colección estaba compuesta por 48 obras nos sorprende su reducida dimensión?, ¿en qué momento hemos sustituido el valor de la belleza y la expresión artística por el precio de los artículos a granel?

 

@AntonioBlancoTW

P.D. Este artículo es una adaptación de la ponencia impartida en BCollector 2014. Mientras tecleo escucho el álbum Live Sessions de Natalie Woodward & Richard Willats. Sobre la mesa descansan los libros “Buscadores de belleza” y “El subastador”. Mientras tecleo los últimos párrafos recuerdo la sencillez de El Principito, en concreto cuando plantea que los adultos no lograrán imaginarse una casa si solo se describe como «una bella casa de ladrillos rosas, con geranios en las ventanas y palomas en el techo”. Solo al manifestar: «Vi una casa de cien mil francos», comprenderán su belleza.

[1] De Pury, S. (2016). El subastador. Aventuras en el mercado del arte. Madrid: Turner, p. 152.

[2] Jiménez-Blanco, M.D. y Mack, C. (2010). Buscadores de belleza. Historias de grandes coleccionistas de arte. Barcelona: Ariel.

[3] Veblen, T. (2008). Teoría de la clase ociosa. Madrid: Alianza Editorial.

3 Comentarios

  1. Como tantas veces comentamos, cada vez se hace más necesario poner algo de belleza en la vida, para que esta no sea una mera subsistencia. Y así, además de la que la naturaleza nos regala gratuitamente con gran prodigalidad, necesitamos escuchar unas determinadas melodías, tactar (sic) y oler esos acúmulos de folios a los que llaman libros, y contemplar lo que bulle dentro de la cabeza de personas sensibles, y que transforman en materia plástica.
    Y aunque no tenemos lo que algunos llaman «fortuna» y es simplemente dinero, siempre podemos hacer un pequeño sacrificio y adquirir «obritas» en sentido financiero, pero «obrazas» en el sentido artístico, que nos transmiten la emoción de la belleza y su búsqueda y el recuerdo de nuestros sentimientos en la época que las adquirimos y el tiempo que pasamos en su compañía.
    Esos somos los «coleccionistas minúsculos», que, como Teruel, también existimos.

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    1. Estoy totalmente de acuerdo con el comentario. Adquirir una obra, no por su precio (que es algo establecido por el mercado del arte y ajeno a las posibilidades de ahorro/inversión de la población «media») sino por su valor y, sobre todo, por el valor que tenga para nosotros, es introducir Arte en los espacios de la vida cotidiana, en el hogar, en la oficina…y ayudarnos a personalizar los espacios, recordar los momentos en los que conocimos la obra o sus autores, el año en el que entró en nuestro mundo…y, muy especialmente, comenzar a ver una realidad concreta a través de la mirada de estas creaciones (me explico: soy incapaz de atravesar la autopista de El Huerna sin ver el paisaje como se plasma en los cuadros de Juan Fernández, como ocurre también con la literatura. ¿Cómo saber si la mirada sobre Castilla es nuestra o de los escritores que han ambientado allí sus novelas?).
      Largo tema para un café, amigo libreoyente.

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