“Ha sido un error incalculable sostener que la vida, abandonada a sí misma, tiende al egoísmo, cuando es su raíz y esencia inevitablemente altruista”. Ortega y Gasset dixit.
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Apuntar el día de la reunión en el colegio de los hijos, terminar la presentación para la reunión del equipo, enviar un par de Whatsapp para la quedada con unos amigos el fin de semana…La mayor parte del día nos encontramos pensando sobre dinámicas sociales. Y es que la vida social forma parte de nuestra realidad psíquica y biológica.
El cerebro es un órgano social que no podría entenderse sin conexión con otras personas, pues la evidencia neurológica respalda las teorías sobre un cerebro “social” o, de forma más concreta, la existencia de áreas del cerebro –desarrolladas desde la infancia temprana- directamente relacionadas con las actuaciones sociales.
El neurofisiólogo italiano Giacomo Rizzolatti estudió las diferentes neuronas que se activan cuando un mono realiza acciones concretas como empujar un objeto o moverlo de un lugar a otro. Pero esto no fue lo más sorprendente; el verdadero hallazgo se logró al grabar cómo estas neuronas relacionadas con el control del movimiento también eran activadas cuando el primate no estaba realizando ninguna acción pero sí observando a otro simio o a un investigador realizarla, como por ejemplo comerse un cacahuete.
Los registros mediante electroencefalogramas (EEG) han permitido verificar la existencia también en humanos de las “neuronas espejo” de Rizzolatti, unas células sin las cuales un niño no podría empatizar con otras personas y quedaría fuera del mundo social. El hecho de observar a otra persona iniciar una acción permite la activación en nuestro cerebro de estas células nerviosas, impulsándonos a ponernos en el lugar del otro y a iniciar una curiosa lectura de su mente, lo que también facilita el aprendizaje por imitación.

Estos descubrimientos se enfrentan a las ideas que hemos ido asimilando –también por imitación- al vivir en culturas de carácter individualista. A pesar del respaldo dado por las Neurociencias y la Psicología a la idea del ser humano como “animal social”, seguimos confundiendo la libertad con la individualidad más radical, con eso que todos llamamos “ser uno mismo”, aunque luego deseemos compartirlo en redes sociales y esperemos con ansiedad muchos like.
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No se trata del número de amigos ni seguidores en las redes, ni mucho menos del volumen de “me gustas” a nuestras ocurrencias, sino de las relaciones personales, próximas, en las que se comparten pensamientos y sentimientos, en las que se mantiene una relación de reciprocidad. Y si además hablamos no sólo de relaciones sino también de “construir” sociedad, estaríamos adentrándonos en el interesante campo de la motivación y el liderazgo social.
Hemos de aprovechar el tiempo de forma más gratificante. El filósofo y teólogo Pablo d’Ors, en su magnífica Biografía del Silencio, nos recuerda que “pensamos mucho la vida pero la vivimos poco”, pues “estamos tan lamentablemente apegados a nuestros puntos de vista que si pudiéramos vernos con cierta objetividad sentiríamos vergüenza y hasta compasión por nosotros mismos. El mundo tiene graves problemas por resolver y el ser humano está, por lo general, embebido en problemas minúsculos que ponen de manifiesto su cortedad de miras y su incorregible mezquindad”

En este sentido, lo que nos hace humanos es nuestra capacidad para superar el interés individual y pensar en el bienestar general, algo que además guarda relación con la satisfacción –o felicidad- y calidad de vida.
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The Happiness Research Institute ha identificado ocho razones de los elevados niveles de felicidad en Dinamarca, siendo una de ellas la cohesión de la sociedad civil y la participación voluntaria en actividades asociativas. Esto nos hace dar un paso más allá para dirigir la cuestión hacia la relación entre las personas y la sociedad o, dicho de otro modo, en las posibilidades de canalizar nuestra motivación y liderazgo personal hacia la construcción de la sociedad civil.
La sociedad civil se concibe como el espacio de vida social organizada que es independiente de las estructuras formales, un espacio definido por sus miembros, que actúan en una esfera social para expresar intereses, aficiones e ideas, intercambiar información, bienes o servicios y alcanzar objetivos.
Esta realidad plural demandará una mayor implicación de cada persona con determinados fines sociales, una implicación que podríamos llamar “responsabilidad social individual”, que puede presentarse bajo un modelo de liderazgo carismático o bien bajo un liderazgo de perfil bajo, silencioso y ajeno al ruido de los aplausos. Y es que podemos –y debemos- aportar poderosos modelos de comportamiento que motiven a otros a actuar también de forma responsable (algo ya he hablado de esto en otra entrada del blog).
En el texto recopilatorio de pensamientos de Albert Einstein, titulado “Mis creencias”, se recuerda que deberíamos aprender a cultivar cualidades para el bien común; esto no significa que debamos transformarnos en un simple “instrumento de la comunidad, como una abeja (…). El objetivo ha de ser formar individuos que actúen con independencia y que consideren su interés vital el servicio a la comunidad”. Se trata de algo tan sencillo como recordar la tendencia natural de las personas a crear y desarrollar sociedades, a reforzar una sociedad civil que en ningún momento habrá de anular nuestra identidad personal sino todo lo contrario. ¿Por dónde comenzamos?

Nota: extracto de la charla impartida en el programa Conversaciones desde la experiencia, organizado por el colectivo Equilibra, en Oviedo, el 18 de mayo de 2017. Agradezco a Charo Gómez-Haces y Carmen Casal su invitación y su discreto liderazgo social para sensibilizar a la población sobre la importancia de las relaciones humanas, el conocimiento y la sensibilidad, para lograr una sociedad corresponsable.