Riqueza y felicidad

I

Saber si realmente existe relación entre riqueza y felicidad es una cuestión que nos planteamos muchas personas y no pocos investigadores sociales. Una técnica para abordar el tema empíricamente es comparar el bienestar medio percibido por los habitantes de países ricos con el bienestar percibido por las personas que viven en países pobres.

Al menos mil personas de cuarenta naciones diferentes respondieron en una escala del 1 (máxima insatisfacción) al 10 (máxima satisfacción) a la pregunta sobre el nivel de satisfacción con su vida actual. Tal como indica Martín Seligman, Catedrático de Psicología de la Universidad de Pensilvania, la respuesta a esta cuestión ha permitido comprobar que existe una relación directamente proporcional entre el poder adquisitivo de un país y la satisfacción con la vida percibida por sus habitantes. Ahora bien, esta correlación desaparece a partir de un umbral máximo de riqueza pues, en cuanto la economía de un país permite satisfacer las necesidades básicas de sus habitantes, la riqueza no aporta una mayor satisfacción vital. Por otro lado, los valores característicos de cada cultura parecen resultar determinantes en la percepción de felicidad, ya que países como Brasil o Chile presentaban en dicho estudio niveles superiores de satisfacción a los de Japón o España y, sorprendentemente, los habitantes de Nigeria indicaron sentirse más satisfechos con sus vidas que los búlgaros o los rusos (1).

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«Sao Paulo/Brasil». Jesús Herrera Martínez, 2013, 38×38 cm, óleo sobre lienzo

II

Los datos indican que un estilo de vida caracterizado básicamente por el materialismo no permite alcanzar la ansiada felicidad, sino más bien la insatisfacción continua con el nivel de ingresos y con la vida en general. Aunque puede ser cierta la idea que expresaba la actriz francesa Jeanne Bourgeois de que el dinero no da la felicidad pero aplaca los nervios, es prudente matizarla con las reflexiones de su compatriota el escritor Alejandro Dumas y el poeta romano Publio Siro que, a pesar de estar separados por más de diecinueve siglos de historia, ambos aconsejaron no estimar el dinero en más ni menos de lo que vale, porque puede ser un buen siervo si sabemos emplearlo pero un mal amo en caso contrario.

Quizás una de las claves para escapar del dominio del dinero se encuentre en la capacidad para apreciar las cosas por su valor y no por su precio, considerando que, en muchas ocasiones, los valores más estimados no tienen por qué ser materiales. Lástima que algo obvio resulte tan difícil en nuestros días y necesitemos que un ser como el Principito, ajeno a nuestra cultura, nos lo recuerde.

Cuando el Principito llega al Planeta Tierra se encuentra con un aviador que ha realizado un aterrizaje forzoso en el desierto del Sahara (2). Al tratar de explicarle al humano cómo es su planeta, prefiere resumirlo indicando simplemente que se trata del asteroide B 612 pues, al fin y al cabo:

«Las personas grandes aman las cifras (…). Si decís a las personas grandes: “He visto una hermosa casa de ladrillos rojos con geranios en las ventanas y palomas en el techo…”, no acertarán a imaginarse la casa. Es necesario decirles: “He visto una casa de cien mil francos.” Entonces exclaman: “¡Qué hermosa es!»

Al margen del valor que cada persona, según su estilo de vida, decida otorgar al dinero, sería absurdo que éste, por mucho que brille, nos impida percibir y disfrutar de la riqueza de las pequeñas cosas, de esos momentos de la vida cotidiana carentes de tasación monetaria pero cargados de valor simbólico. No se trata de elegir entre lo material y lo simbólico, entre el dinero y las pequeñas cosas sino, simplemente, aprender a valorar cada cosa en su justa medida, aunque no tenga precio y su valor monetario sea nulo.

Podríamos utilizar cientos ejemplos de la vida cotidiana, de la música o la literatura para ilustrar esta cuestión, pero me gusta especialmente El árbol de los dioses; emotivo relato del escritor Jon Arretxe que narra la historia de un matrimonio de ancianos hosteleros en las montañas de Almora, en el norte de la India (3). Desde un balcón de su hostal se veía un enorme árbol que al atardecer era atravesado por numerosos rayos de luz creando un contraste de colores al que se añadía, gracias al viento, un espectáculo auditivo. A pesar de que esta imagen de la naturaleza fuese cotidiana para la pareja de ancianos, ambos se sentían afortunados por disfrutarla cada día y agradecidos a los dioses que les habían permitido gozar de este lugar en el mundo. Tal como describe Jon Arretxe, cuando el sol se ocultó,

«el matrimonio se despidió, y los ancianos se retiraron agarrados de la mano. Volví a la habitación. Dentro, sentado frente a la ventana, lamenté tanta ignorancia, tanta torpeza, tanta insensibilidad ante las pequeñas pero esenciales celebraciones de la vida; me hizo daño pensar cuántos tonos de cielo habría perdido para siempre, cuántos galanteos del viento, cuántas flores y perfumes, cuántos y cuántos rumores…»

III

Si esta reflexión es tan evidente que uno puede llegar a sentir pudor al escribirla, ¿por qué nos cuesta tanta disciplina diferenciar el valor del precio?, ¿y por qué es tan difícil interpretar el impacto real de los bienes materiales en la autoestima y la satisfacción personal? Para responder a esta cuestión, una interesante investigación desarrollada por los profesores Baucells y Sarin en la Escuela de Negocios IESE (4), nos planeta que tendemos a creer que con más dinero podremos «adquirir» más felicidad, cuando en realidad existe un sesgo de proyección que nos dificulta comprender que, al incrementar los niveles de ingresos vivenciaremos cambios en nuestros niveles de referencia, de comparación social, y con ellos aumentos en los niveles de consumo e inicio de una curiosa espiral que no siempre habrá de arrojarnos en brazos de la felicidad.

Con esto regresamos al inicio de la reflexión, al discernir que, llegados a un punto o umbral de ingresos, la relación entre riqueza y felicidad deja de ser clara y lineal, y bien conviene educar(nos) para que a partir de dicho umbral, o incluso un poco antes, sepamos valorar la riqueza de las vistas desde la pensión del matrimonio en las montañas de Almora.

 


 

Notas. Esta reflexión se inspira en el pensamiento de Erich Fromm recogido en su libro Del tener al ser (Barcelona: Paidós, 1991).

(1) Los datos sobre el grado de felicidad de diferentes países se corresponden con los estudios de Martin Seligman sobre La auténtica felicidad (Barcelona: Ediciones B, 2003).

(2) Saint-Exupéry, A. (2001). El Principito. Barcelona: Salamandra, pp. 12-13.

(3) Arretxe, J. (2004). 7 colores. Barcelona: RBA, pp. 107-109.

(4) Baucells, M. y Sarin, R.K. (2007). Con más dinero, ¿se puede comprar más felicidad? Documento de investigación 683. Barcelona: IESE Business School.

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6 Comentarios

  1. Hola, he sido alumno suyo en la universidad durante el curso 16/17, es una grata sorpresa volver a saber de usted. Ahora con el grado practicamente terminado y después de mucho viajar, aun recuerdo con cariño la asignatura que me impartió, sin duda alguna, una de las que más me han interesado de la carrera. Un saludo.

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      1. Lo recuerdo, al final en el fútbol me fue muy bien, y es lo que me ha permitido conocer ya bastantes lugares diferentes. Ya he estado viviendo en Madrid, Cuenca, Castellon de la Plana, Bilbao y actualmente estoy en Vigo. He seguido con la carrera a distancia y la he ido sacando bien, la acabo este año, no obstante como estoy con el fútbol seguiré formándome seguramente. He llegado hasta aquí hace meses, porque estaba buscando temas interesantes para el Tfg, y una de las opciones que barajaba era realizar un modelo econométrico que explicase la relación existente entre riqueza y felicidad.
        Espero que todo te vaya bien, especialmente en estos tiempos difíciles, un saludo.

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      2. Es una idea muy interesante, te animo a «lanzarte» a explorar la relación entre estas variables. Encontrarás trabajos excelentes, sobre todo en el ámbito anglosajón. Por cierto ¡enhorabuena por tu trayectoria futbolística!

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