Una amiga nos dijo que buscaba un lugar donde hacer voluntariado. En un corrillo improvisado frente a bares y comercios cerrados, compartía con mi mujer y conmigo su incertidumbre. Había llamado al Banco de Alimentos y a un comedor social pero ya no podían acoger más voluntarios. Quería hacer algo en este momento, contribuir a la sociedad, pero no sabía hacia dónde podía dirigirse.
Con frecuencia me preguntan la opinión sobre el voluntariado. El planteamiento suele ser el mismo: “tengo la necesidad de hacer algo por los demás, de echar una mano”, “no limitarme a dar una monedita, ya sabes”. Otras personas tratan de balancear una actividad laboral de fines básicamente monetarios o “alimenticios” con otra no remunerada pero de más impacto social. Y con frecuencia surgen dudas por aproximarse a un mundo tan ajeno a la vida profesional preguntándose qué supone realmente ser voluntario.
¿Qué es el voluntariado?
Parece que decir voluntariado es sinónimo de solidaridad, llenando la boca con un vocablo que implica mucho más que dedicar un pequeño tiempo a ayudar a otras personas.
Al fin y al cabo hablamos de donar, pero ser donantes de algo tan valioso como nuestro tiempo y competencias intelectuales o físicas para contribuir al bien común. Es un acto básico de altruismo, una relación de compromiso. Y por ello no pocos se preguntan si realmente encajarán en el perfil –tan estereotipado-, si valdrán para ello, a lo que respondo con otra pregunta: ¿y cuál es el perfil del voluntariado?, ¿eso qué es?

La plataforma del voluntariado en España ofrece un detallado perfil del voluntario (2018) que presenta cierta similitud al perfil de los donantes o socios de entidades no lucrativas. Si queremos presentar un retrato robot, nos encontramos con una mujer entre 40 y 50 años, trabajadora por cuenta ajena, con formación de nivel medio o alto y una dedicación de una a tres horas semanales. Situada en el centro izquierda del espectro ideológico y, en el caso concreto de voluntariado social, creyente practicante o no practicante.
Si contemplamos cruzadas las variables de sexo y edad, podemos ver que, a medida que avanza la edad se tienden a equilibrar las diferencias entre los sexos y, a partir de los 55 años de edad, es mayor la tasa de hombres que la de mujeres. En este tema de sexos, parece haber diferenciación en los ámbitos de colaboración: los hombres más vinculados con cooperación, protección civil y acciones deportivas, y las mujeres con el área sociosanitaria, acción social o salud. Eso dice la interpretación de los datos.
Este tipo de estudios, que parecen tener como fin la descripción estadística de un “tipo estándar» del voluntariado, resultan más interesantes para las presentaciones en jornadas y mesas redondas que para la realidad cotidiana.
Camino con mucha frecuencia por entidades diversas y no observo un tipo ideal -en el sentido weberiano- sino tipos, una variedad similar a la de la vida cotidiana, sin olvidar que la sociedad civil acoge asociaciones, fundaciones y movimientos sociales organizados de todos los espectros. Me recuerda al arco parlamentario, donde cada uno se vincula con un lugar determinado en este plural abanico.

Tres dimensiones de colaboración
Propongo un sencillo esquema para situarse en el gran entramado de organizaciones con fines de interés general. En un eje podemos establecer la clasificación macro-meso-micro. ¿Dónde te ves colaborando?, ¿en una entidad pequeña que atiende directamente al usuario final?, ¿en una mediana en la que además puedes hacer acciones de gestión o más bien en una grande para participar en captación de fondos o análisis macro de un problema?

¿Voluntario en las oficinas de Unicef o la pequeña ONG de cooperación en el norte de Benín? ¿la federación de asociaciones de personas con discapacidad física u orgánica, o la entidad local de enfermos de ELA?, ¿La Asociación de Amigos de un museo o el centro cultural del barrio?, ¿Implicarse en el programa de voluntariado de Cruz Roja o en la asociación de acción social más próxima?

Lo importante es lograr la coherencia con nuestras inquietudes y estilos de pensamiento, porque las tres dimensiones son necesarias; desde la intervención aquí y ahora hasta la planificación de cambios estructurales a largo plazo. Por ello hacen falta apoyos para diseñar proyectos, pero también para colaborar captando fondos u organizar eventos solidarios; para salir como acompañante de una persona vulnerable así como diseñar una campaña de incidencia; para participar en un programa de prevención del covid-19 o para crear lazos entre universitarios y mayores que vivan solos en la ciudad.
Más allá de la intervención social
En un segundo eje deberíamos valorar el ámbito de actuación. Todo el mundo tiene un idea espontánea de colaboración con la intervención social directa –pienso en bancos de alimentos y comedores sociales-, y más especialmente tras la irrupción de la pandemia en nuestras vidas, pero no ensombrezcamos por ello otras realidades.
El tercer sector es rico en actividades, desde la acción social hasta la discapacidad, la cooperación al desarrollo o la gestión cultural, el deporte o la salud, la educación y el fomento de derechos humanos, el medio ambiente y la ciencia, entre otras áreas. Y no faltan las ocasiones en que se pueden fusionar varios ámbitos, como por ejemplo la inclusión social mediante talleres deportivos o artísticos (qué buen caso la película Campeones).

Y por último, pero no por ello menos relevante, se encuentra el componente ético, religioso e ideológico, que puede estar presente en numerosas organizaciones. ¿Entidad laica o religiosa?, ¿vinculada a corrientes ideológicas o neutral? Cuando respondes a todas estas cuestiones va surgiendo la entidad.
No debemos sentirnos mal si pensamos en acciones fuera del ámbito de vulnerabilidad social. Lo importante es donar el tiempo y recursos no materiales al fin más coherente con nuestras inquietudes. De este modo, como la sociedad es un gran sistema, estaremos contribuyendo al bien común de forma más equilibrada.

Todo esto sin olvidar los medios de comunicación así como los espacios de divulgación, que sin ser necesariamente entidades del tercer sector, tienen un peso determinante en la vida social, y muchos agradecerán las buenas colaboraciones en programas de radio, escritura de artículos u opiniones, con temas que contribuyan al bien común.
¿Cómo buscar un lugar?
Un camino directo para buscar nuestro posible lugar siempre será Internet. Como buen ejemplo, la plataforma hacesfalta.org, de la Fundación Hazlo Posible, recoge ofertas de voluntariado clasificadas por temas y áreas geográficas.

Un ejercicio rápido realizado en el momento de escribir esta entrada, buscando en provincias elegidas al azar, me muestra una oportunidad en Cuenca, para colaborar con personas con discapacidad intelectual. Dos en Almería, con scouts para promover un ocio educativo a menores y adolescentes, o bien como mentores de jóvenes procedentes del sistema de protección de menores. En Madrid hay 89 posibilidades para implicarse en otras tantas causas, desde la musicoterapia hasta el diseño de una web para una asociación de apoyo a menores con patologías cerebrales.
Esta opción es interesante, sobre todo para quienes piensan implicarse en temas sociales en el entorno próximo, pero como hemos visto, hay muchas opciones.
Pensar en un mundo sin barreras, también para el voluntariado.
Cuando no podemos evitar tener un marco de referencia global, y el gusanillo de colaborar con un organismo internacional continúa en nuestros pensamientos, puede ser interesante consultar la plataforma de Naciones Unidas «Voluntarios ONU».

Aunque la vida y sus obligaciones nos hagan pasar de largo esta sugerente llamada, también es posible implicarse desde casa. La plataforma de Naciones Unidas onlinevolunteering.org, publica ofertas de entidades que necesitan voluntarios en línea, cribadas por áreas geográficas e idiomas de trabajo.

Hacer un sondeo de vacantes en español permite identificar siete oportunidades el día de esta publicación; desde el apoyo a la República de Ecuador en el diseño de una guía para gestión de comedores populares o bien una nota técnica para la acogida de pacientes pediátricos crónicos, hasta la colaboración, en la edición de un vídeo, con la Oficina regional de ONU Medio Ambiente para América Latina y el Caribe.
Voluntariado y vida cotidiana
No sé cuántas veces lo he dicho ni en cuántos foros, pero al hablar de voluntariado deberíamos ampliar el campo de visión, y pensar en la contribución como agentes activos de la sociedad civil.
Podemos hacer una campaña de recogida de alimentos pero también apoyar el movimiento de jóvenes empresarios. Sensibilizar a nuestros amigos y familiares en temas de sostenibilidad o, sencillamente, implicarse en las necesidades que observamos en nuestra vida cotidiana. Siempre siendo conscientes de que el mero comportamiento puede ser un ejemplo para quienes nos observan. Como nos recuerda el psicólogo Howard Gardner, “podemos aportar poderosos modelos que inviten a otros seres humanos a actuar de una manera (cada vez más) responsable”.

Recuerdo a mi padre en los años ochenta, como impulsó la Asociación de comercio local y, en colaboración con la Cámara de Comercio provincial, trajo al pueblo cursos de gestión, escaparatismo y cartelística, entre otros. Siempre con el objetivo de profesionalizar el sector y hacer fuerza ante la llegada de los primeros hipermercados y centros comerciales a los alrededores.
Yo era adolescente, pero bien recuerdo la ilusión con la que se embarcó con otros pequeños comerciantes en una misión de la Cámara de Comercio al País Vasco francés. Volvió lleno de ilusión e ideas para el pueblo. Bayona, San Juan de Luz, Biarritz, ¡qué comercios! Aquello sí que eran centros comerciales abiertos. Pereció en el intento, y el comercio hubo de rendirse a la realidad de la localidad y la provincia, pero para mí, y por lo que me dicen quienes ya están jubilados, su labor en las pocas horas libres que tenía, esos pocos años en la directiva de la asociación de pequeños comerciantes, fueron todo un ejemplo e inyección de motivación para el comercio local. Para la vida en sociedad.
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P.D. Antes de buscar una entidad o causa con la que colaborar, no debemos olvidar que día tras día, podemos hacer nuestro voluntariado particular. Un saludo amable en el vecindario, el apoyo a mayores del edificio, el cuidado de la amistad y el apoyo a los amigos en situación más delicada, la llamada cortés, la compra en el comercio que atraviesa momentos delicados, impulsar el buen ambiente en el trabajo y responder con amabilidad correos o mensajes –y por supuesto invitaciones- son, entre tantas otras cosas, ejercicios de responsabilidad social individual que bien podríamos considerar nuestro discreto voluntariado cotidiano. Una vez manejado éste con soltura, será momento de valorar la dedicación y compromiso con una entidad.
Ahora entiendo mejor tu ilusión al impartir los cursos en la Cámara.
Me ha gustado mucho el artículo, sueño con jubilarme pronto y poder dedicarle tiempo al voluntariado.
Un abrazo
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Gracias Jose, sin duda estaba muy influenciado, pues la Cámara era toda una institución en mi casa! Pero también es cierto que disfrutaba mucho con los cursos, además había un ambiente estupendo en aquel momento 🙂
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Una vez más El Mirador despliega su visión inteligente y amplia sobre los temas de auténtico calado vital, en una entrada minuciosa. En este caso sobre un tema que ciertamente conoce muy bien.
El voluntariado es un compromiso con uno mismo y con nuestro concepto de la fraternidad, solidaridad o como queramos llamarla, el caso es tratar de contribuir a hacer un mundo un poco mejor para todos nuestros prójimos.
Pero también puede tener espejismos: tranquilizar nuestra conciencia, ocupar un tiempo que tenemos vacío…
Discernamos cual es nuestro objetivo y como dice El Mirador consideremos que con acciones muy simples podemos sumar para hacer cosas grandes.
Ánimo y adelante con el empeño.
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