La señora no habla con el personal

@AntonioBlancoTW

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Rechacé cordialmente la invitación al palco VIP de la Copa David porque aquel fin de semana tenía otros planes: había quedado con unos buenos amigos para disfrutar de una larga sesión vermú. Pero no imaginaba el dramático disgusto que habría de causar con mi negativa al empresario invitante. No por mi rechazo ni el de mi esposa a tan valioso detalle, sino porque él había descubierto, con evidencia cuasi-experimental, que yo no era un auténtico directivo.

“Es increíble –le decía a su confidente-, es un pluf. Un auténtico ejecutivo, un killer del business lucharía por estar allí, haría más de lo posible por pasar la tarde del sábado en el palco del torneo”. Pero su ejecutivo de apoyo, en vez de calmarlo parecía incrementar su ira al apuntar: “Es que Antonio… me temo que solo abandonaría el plan que tiene hoy si le regalamos una entrada o visita VIP a una exposición de arte muy potente”. “Jilipolleces –respondió el afectado empresario-, ese tío ni es directivo ni es nada. El sábado debería estar donde se tiene que estar; en el palco y entre los que tienen poder, en relación de proximidad. ¡Pues dónde se cree que se hacen las buenas relaciones y los negocios!”

Como todo lo que se dice ante un público acaba llegando a su destinatario, pronto me advirtieron de estas gloriosas frases y me llevaron a pensar en la fuerza salvaje de la cosmovisión, de la construcción social de la realidad.

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¿Cómo debe ser un directivo?, ¿y una abogada?, ¿cómo interpreta la sociedad que ha de ser un piloto aéreo?, ¿y un azafato? ¿Habrán de adoptar roles similares o divergentes? Cuando mi buen amigo Carlos finalizó sus estudios de piloto, logró trabajo relativamente pronto en una buena compañía aérea: no como aviador sino como tripulante de cabina de pasajeros –más comúnmente conocido como azafato o aeromozo, según países-.

Durante las primeras semanas, Carlos estaba viviendo la luna de miel con el trabajo y aún no había adoptado el rol esperado de su puesto. Simplemente era él mismo. Sonriente, amable y siempre atento a las preguntas y peticiones de los pasajeros y con la idea de que él era, ante todo, un piloto trabajando temporalmente de azafato. Hasta que las peticiones de algunos viajeros le hicieron adoptar, de forma progresiva, lenta y no siempre consciente, determinados comportamientos más coherentes con la etiqueta social del rol de asistente de vuelo, que con su interpretación del mismo.

“La señora no habla con el personal de servicio, pero solo desea un café con leche”, le respondió con aplomo el acompañante (muy conocido) de una mujer a la que Carlos preguntaba si deseaba alguna consumición. Las palabras y las miradas de unos pocos -pero decisivos- pasajeros, fueron conformado una interpretación progresiva del papel que habría de acabar interpretando en cabina.

Volviendo a los Idus de marzo, habría que responder a Julio César que, más que resultar imposible no terminar siendo como los otros creen que uno es, lo que es verdaderamente inviable es no acabar actuando como los demás suponen que uno debe actuar según el rol adoptando en cada momento. Y es que la vida es una continua actuación, es puro teatro.

P.D. Posiblemente entre bambalinas, con el telón cerrado, seamos como siempre hemos sido, pero en el escenario, tras ensayar diferentes personajes, acabaremos interpretando el papel que otros nos asignan. Lo decía La Lupe en su canción: Teatro, la vida es puro teatro (por cierto, recomiendo la versión de Miguel Poveda & Buika, en la Noche en Blanco de 2008).

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Una de las situaciones más delirantes que mi amigo vivió durante su etapa de azafato, fue en un vuelo de Madrid a Barcelona, cuando una señora le solicitó un cambio de asiento. “Lo siento señora, pero el vuelo está completo y no puedo acomodarla en otro asiento”, respondió Carlos con su mejor sonrisa, una sonrisa que fue transformándose en sorpresa tras escuchar la segura respuesta de la interlocutora: “Más lo siento yo, joven, pero necesito que me cambie de sitio pues no puedo ir en ventanilla. He estado en la peluquería esta mañana para asistir a una boda en Barcelona. Si con esta velocidad a la que viajamos, los que van delante o detrás abren su ventanilla, me destrozarían el peinado y voy muy justa para la ceremonia”.
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